Camila tiene diez años, es chiquita, flaquita, eléctrica. Tiene los ojitos negros, como una piedra de azabache. Viste unos zapatos grandes, una blusa verde y un pantalón rosado, desgastado, viejito, pero limpio. Tararea una canción, brinca, el cabello largo se bate de lado a lado con la brisa. Hay lluvia, más bien una garúa. Camila se acerca, saca un paquete de bolsas y me las ofrece. A mil pesos. Son las siete de la noche, en Bogotá hace frío, mucho frío. Aunque a Camila pareciera no afectarle, lleva una chaqueta amarrada a la cintura.
Según el Banco Mundial, después de la pandemia generada por la COVID-19, cuatro de cada cinco niños y niñas en América Latina no son capaces de comprender un texto sencillo. La Educación en Emergencia también se mide en deserción, en oportunidades escasas y en niñas trabajando hasta tarde, en lugar de estar haciendo la tarea o jugando.
Camila dice que es venezolana, que vino a Colombia con sus papás, en bus y a veces caminando. Se acuerda que en su otro país fue a una escuela, que usó camisa roja y luego blanca. Cree que llegó hasta el primer grado de primaria. Su papá me mira inquisidor, me pregunta si voy a llevar las bolsas. En la conversación dijo que se tuvo que ir de Venezuela porque ya no tenía trabajo y no había comida ni para comprar.
El 8 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Alfabetización, las Naciones Unidas, a través de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO quiere recordar, desde 1967 lo importante que es aprender a leer y a escribir para garantizar la dignidad y el goce de los Derecho Humanos.
Según datos de la propia UNESCO, antes de la emergencia sanitaria, 32 millones de personas en América Latina eran analfabetas. Para una población de 630 millones de ciudadanos, la cifra pareciera ser baja, pero “siempre son demasiados”, declaró a medios internacionales Cecilia Barbieri, especialista en educación de la oficina regional de educación para América Latina y el Caribe de la UNESCO.
Pensar en los demasiados es detenerse en las Camilas de este lado del continente. Niñas que están en edad escolar y que, por factores asociados a la pobreza, la hostilidad política y, en consecuencia, la migración, pasan a engrosar una lista indeseable de ciudadanos que tendrán comprometido el futuro y las oportunidades de dignidad.
El analfabetismo y la pobreza
Las niñas y las mujeres son las más vulnerables a la hora del descarte. La lideresa de la iniciativa de Género, de la Federación Internacional de Fe y Alegría, Miriam Sandoval considera que las cifras hablan por si solas. En el mundo, más de 500 millones de mujeres son analfabetas. Por consiguiente, es un reto “vencer la situación de desventaja que supone para las niñas lograr una educación de calidad”, reflexiona. La asignación de roles domésticos por ser niñas las deja sin tiempo y energía para pensar en literatura o matemáticas. En la crisis, son las que pagan los platos rotos, porque históricamente son los niños los que salen y las chicas se quedan a lavar, limpiar y cocinar. O como el caso de Camila, a la calle, pero a vender bolsas.
La profesora Miriam Sandoval considera que los Estados deben avanzar en la implementación de políticas públicas diferenciadas para garantizar la igualdad de condiciones a la hora de enfrentar retos como la maternidad a edad temprana, para que no signifique el abandono de la educación como consecuencia automática.
Se hace imperativo crear campañas que promuevan el diálogo social para iniciar el desmontaje de patrones aprendidos desde la casa que afectan directamente a las niñas y a las mujeres. En el caso de la alfabetización, es necesario hacer un esfuerzo político para generar condiciones especiales en zonas rurales, indígenas y urbanas de difícil acceso a servicios educativos y de conectividad.
La pobreza tiene cara de mujer, de niña. Si no hay educación la precariedad es casi lo único seguro en la vida.
Haití y el reto de los obstáculos
Los países de Latinoamérica que exhiben mejores números de alfabetización son Argentina, Bolivia, Chile, Costa Rica y Ecuador; todos por encima de 99%. Por debajo de 90% están Honduras y El Salvador. Haití, es el que tiene el mayor reto por delante con 72% de alfabetización.
Según las cifras del Banco Mundial, el 94% de los hombres y el 93% de las mujeres en América Latina saben leer y escribir. Pero como dijo Cecilia Barbieri, “siempre son demasiados”. Y si agregamos el condimento COVID-19, las cifras pueden empeorar.
Pobreza de Aprendizajes
La emergencia sanitaria cerró las escuelas y con el candado, también mutiló la posibilidad de millones de niños, niñas y adolescentes que viven en contextos de ingreso medio y bajo. Según el Banco Mundial, el 70% de estos niños ahora padecen “pobreza de aprendizaje”, quedaron rezagados por una respuesta que no los incluyó. En algunos casos por incapacidad de generar políticas públicas contextualizadas, y en otros porque el entorno se derrumbó, los adultos quedaron sin empleo y en las calles. Como el papá de Camila, que además de la hostilidad política, la COVID-19 no le ha permitido levantar cabeza.
La pobreza de aprendizajes se traduce en desaprendizaje. Quizás, la mayoría de esos niños ya sabían decir “la eme con la a, dice ma”, pero el proceso se cortó y hoy no son capaces de hilar una frase en voz alta, no pueden precisar la idea principal de un par de párrafos o ubicar el sujeto y el verbo en una oración.
Pensar en el día de la alfabetización es pensar en el analfabetismo postpandémico. En clave de Educación Popular, la coordinadora de este eje en la Federación Internacional de Fe y Alegría, Lucila Cerrillo, se pregunta varias cosas, empezando por las causas desde las realidades contextuales: “Por qué y cómo fue que dejaron de ir a la escuela unos chicos y unas chicas”. No se puede pensar en respuestas globales para realidades tan diversas y precarias.
También se cuestiona: ¿Qué deben hacer los Estados y los corresponsables de políticas educativas para garantizar el reingreso?, tomando en cuenta que las prioridades pudieron haber cambiado en las familias y hoy día cuestionan el rol y la utilidad de ir a la escuela, cuando la urgencia es conseguir el pan diario.
De igual forma, aunque quizás sea prematuro, vale la pena preguntarse por la calidad educativa, habría que indagar en la propuesta que la sociedad debe construir para rescatar el sentido del aprendizaje, los maestros y las escuelas a partir del quiebre provocado por la pandemia.
Siempre son demasiados
Siempre, que no haya duda. Uno o una es una multitud. Camila es demasiado para una diáspora que camina calles y campos buscando una oportunidad de echar raíces con dignidad. Las Camilas también son de Haití, de Nicaragua, de Paraguay, de Colombia, de todos los lugares precarios de la América del maíz y la papa. Son demasiados los que están en las plazas y en los caminos vendiendo cualquier cosa, comprometiendo el futuro a cambio de paz e invisibilidad ante los Estados que los perciben como amenaza. El día del alfabetismo cambió su significado original. La preocupación de las Naciones Unidas de 1967 se actualizó como un software que no solo demanda cartillas y lápices para aprender vocales. Alfabetizar es garantizar conectividad, inclusión, enfoque de género y de contexto.
Camila brinca en una pata porque otro transeúnte le compró un paquete de bolsas y con eso cumplió su cuota del día. Ya tiene para completar el pago de la pieza en la que duerme con sus papás. Ella cumplió, ¿cuándo vamos a cumplir con ella?, la educación sigue en emergencia y el analfabetismo es otro virus letal.
Fe y Alegría
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