Fuente: Efecto Cocuyo – Opinión Fernando Pereira / – Autolesiones adolescentes: gritos de sangre y miedo, con ese título la psicóloga española Teresa Sánchez, alerta sobre el aumento significativos de casos de autolesiones, intentos o suicidios consumados en su país. “Es un grito que la persona está emitiendo con la sangre, con la quemadura, con el daño corporal que se inflige. Es una manera de gritar que no pasa por las cuerdas vocales”.
El aumento de este fenómeno está siendo alertado por la propia Organización Mundial de la Salud y autoridades sanitarias de todo el mundo. El impacto del confinamiento y la pandemia ha dejado múltiples secuelas en la salud mental y, sin duda, el colectivo de adolescentes es uno de los más afectados por sus condiciones socioemocionales y por el impacto desmedido de las redes sociales.
A pesar de ser un hecho social cada vez más frecuente, cuando se hace público que un adolescente decidió ponerle fin a su vida son muchas las interrogantes que surgen.
Detrás de un suicidio puede haber muchos factores que hay que indagar: la situación emocional del adolescente, que puede estar pasando en su vida que generen los cambios en sus estados de ánimo, si hay trastornos en su salud mental no diagnosticados o no tratados adecuadamente, consumo de alcohol o drogas. Agresiones en el hogar, sentimiento de abandono, soledad, decepciones amorosas, duelos no procesados, diagnósticos de alguna enfermedad crónica, bullying, abuso sexual, traumas, suicidios en la familia, etc. No quiere decir que todos estos hechos necesariamente son inductores por si solos de suicidio, pero si son señales que hay que atender.
Los «gritos» de alerta
Si el adolescente se torna depresivo o permanentemente triste, se aísla, manifiesta sentimientos de desesperanza o poca valoración de sí mismo, se autoagrede, no es capaz de superar situaciones de pérdidas y se torna hostil, evita socializar o solo lo hace con determinados grupos, escribe mensajes relacionados con el deseo de morir o imágenes que permanentemente evoquen la muerte, es rechazado por su condición sexual y exigencias académicas, puede estar en riesgo. Estos son algunos de los factores asociados a un estado emocional de mucha frustración, impotencia, desesperación, angustia, ansiedad, falta de un grupo de apoyo, malas relaciones con los padres o sus pares con incomunicación y mucha soledad.
¿Se debe hablar del tema? Existen posiciones encontradas sobre si se debe o no hablar del tema. Hay quienes piensan que esto puede estimular que el adolescente atente contra su vida si está siendo afectado por alguno de los factores antes mencionados. Otros pensamos que para prevenir hay que estar informados y formados. La información debe ser clara, directa y pedagógica, lo mismo sucede con el alcohol, drogas, sexualidad.
Lo que si es cierto es que el suicidio de un adolescente nos debe llevar a plantearnos cómo es la relación con nuestros hijos, estudiantes, qué señales requieren ser atendidas, si tendemos a postergar la comunicación. Cuando hay intentos de suicidio o señales de alerta hay que actuar y buscar apoyo profesional.
No se debe estigmatizar a la persona que en un momento de desesperación, y por la sensación de perder el sentido de la vida, toma esa salida. Las posturas morales radicales, religiosas, pueden generar en el entorno de la víctima sentimientos de vergüenza, culpa, que pueden afectar las relaciones y la salud mental de la familia y el entorno afectivo.
Como país estamos viviendo situaciones muy difíciles en las que la frustración e impotencia pueden desencadenar en nuestros adolescentes estados emocionales por trastornos preexistentes o los generados por la tensión y realidad social.
No hay duda de que la pandemia contribuyó a complejizar las relaciones humanas y la salud mental. En estos momentos, la comunicación y el apoyo afectivo, tanto en el hogar como en los centros educativos, es una prioridad para prevenir y no tener que lamentar.
No podemos dejar de mencionar el rol fundamental que tiene el Estado como garante de la salud y bienestar de la población. La salud mental tiene que contar con presupuestos y programas que permitan prevenir y hacer frente al suicidio y no dejando todo el peso a las familias y comunidades afectadas.
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