Todos estamos bastantes familiarizados con la palabra estrés. Cuando estamos ante situaciones que nos generan presión, como cuando tenemos muchas responsabilidades pendientes, cuando nos mudamos o empezamos un nuevo trabajo: experimentamos estrés.

Según los psicólogos Richard Lazarus y Susan Folkman, el estrés es definido como un conjunto de reacciones que surgen como respuesta a una demanda ambiental, especialmente cuando estos acontecimientos externos exceden la capacidad de la persona para enfrentarlos. Se dice que hay ciertos niveles de estrés que son beneficiosos, ya que nos aporta energía para movilizarnos y cumplir con nuestras metas; pero también el estrés puede ser bastante desagradable, generándonos malestar e incomodidad.

Nuestro humor puede cambiar, sentimos frustración, ansiedad, agotamiento, insomnio, tensión y dolor en nuestros músculos, problemas estomacales. Incluso se acelera el ritmo del corazón. Recordemos que lo que afecta a la mente, afecta también al cuerpo.

Igualmente, nos podemos bloquear en el pensamiento, nos podemos preocupar en exceso, sentir que perdemos el control, no nos podemos concentrar, se nos olvidan las cosas, nos cuesta tomar decisiones. Esto puede hacer más complicado el cómo percibimos los hechos y cómo respondemos ante ellos. Si los adultos, quienes nos encargamos de ayudar a la propia adaptación de los niños, nos sentimos así, ¿nuestro estado puede afectarles también?

Los adultos significativos brindan un apoyo afectivo importante y pueden orientar a los más jóvenes en su adaptación a la vida. Cuando por diversas razones esto no puede ser posible, puede llevar a que los niños se muestren ansiosostemerososretraídos y más dependientes de los adultos al momento de encontrarse frente a situaciones que les provocan estrés.

¿Los niños pueden estresarse? 

Sí, el estrés no es algo exclusivo de los adultos. Los cambios importantes en la vida del niño, ya sea en su hogar o en su escuela, provocan este estado de tensión en los niños. La psicóloga y especialista en el área educativa, María Victoria Trianes, dice que también se incluyen aquellos escenarios que suponen pérdida, amenaza o daño; los retos del entorno, la novedad, la ambigüedad e incertidumbre de los acontecimientos, el exceso de información y de estimulación. Si bien pudiéramos pensar que los niños, niñas y adolescentes pueden tener vidas más sencillas y sin preocupaciones, debemos considerar que nadie se encuentra exento a experimentar estrés.

La separación de los padres, la migración, el nacimiento de un hermano, el incremento de las tareas, “raspar” una materia, cambiar de escuela, no ser incluido en un grupo, ser molestado por sus compañeros de clase, perder un amigoo ser víctima de maltrato físico y verbal son varios de los eventos que pueden generar estrés en los niños.

Si estos son muy prolongados, puede perjudicar al desarrollo de los niños, especialmente de los más pequeños:

  • Aumenta el riesgo de que surjan problemas de salud física o mental
  • Pueden presentar problemas de aprendizaje luego en sus vidas.
  • Si estos son de moderada a alta intensidad pueden desencadenar problemas emocionales, en su mayor parte ansiedad y depresión .
  • Cuando son considerados de baja intensidad pero que son frecuentes, igualmente habrá que prestarles atención ya que puede acumularse de forma negativa (como una broma que se repite, deja de ser graciosa a pasar a ser molesta). 

Entendamos que ante muchas de estas situaciones, por no decir absolutamente todas, los niños tienen poco control o poder de cambiarlas. Tienen muchas restricciones que los limitan y poco espacio de acción para poder influir directamente en las mismas, por lo que pueden llegar a depender mucho en su familia y contexto escolar. De hecho, algunos estresores pueden ser establecidos por los propios padres, al mantener ocupado cada espacio de la agenda de sus niños o al alentar la competitividad en la escuela y en otras actividades.

¿Cómo manejo el estrés de mis hijos? 

La propia valoración que le den los adultos a un hecho son una referencia importante para los niños. Una respuesta más calmada y positiva puede amortiguar el impacto estresante sobre el niño, pero si el adulto tiene una respuesta emocional cargada de angustia y hostilidad, es más probable que sus hijos desarrollen respuestas similares al encontrarse en situaciones similares. De igual modo, los estilos parentales y las habilidades de crianza tendrán un papel protagónico en cómo el niño va aprendiendo medidas de afrontamiento eficaces.

No siempre vamos a poder proteger al niño de todas las adversidades y, en algunos casos, no se debería. Lo ideal es que el niño o adolescente pueda ser capaz de lidiar con las presiones de la vida. Esto no significa que se va a dejar al infante sin recurso alguno al momento de afrontar un hecho, ya que puede aumentar el riesgo de que recurran a estrategias no adecuadas o a que se derrumben ante el estrés; los adultos podemos ayudar orientándoles en este aspecto. 

El que padres, profesores y amigos brinden un buen apoyo social y emocional (y que el niño lo perciba como tal) puede amortiguar las consecuencias ante eventos difíciles, al poder sentirse reconocidos, escuchados y que hay otras personas a su lado que le comprenden por lo que está pasando.

Ahora, preguntémonos, ¿cómo lidio yo con el estrés?

Cecodap

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