Por Óscar Misle, Educador
“Efraín antes no era así. Desde que cumplió los 14 años pareciera que se le metió
un espíritu malo dentro. Antes todo me lo contaba, ahora le preguntas algo y te
responde con monosílabos, se ha puesto contestón, tiene ese cuarto hecho un
desastre. No acepta que lo orienten cuando va comprar ropa; se la pasa pegado
al celular o a la computadora. ¡Su silencio mata, pienso que algo esconde! Quiere
estar solo con sus amigos y se mete en páginas de pornografía”.
¿Qué le pasó a Efraín?
Efraín es percibido como el niño que se va quedando atrás o el adulto que todavía
no es. Le toca vivir el duelo de dejar atrás el niño que fue, con todo lo que ello
implica. Su familia también vive el duelo, ve partir el niño que va transformando
su cuerpo y con él sus intereses y prioridades afectivas.
Según Marulanda (2008), la adolescencia es la travesía hacia un puerto
desconocido, con un mapa borroso, una brújula inestable y por aguas turbulentas.
El papel de las familias en esta retadora transición es el de los faros que iluminan
su camino como elemento clave para hacer con éxito el recorrido que los llevará a
la adultez.
Añade Marulanda, que la adolescencia es un segundo parto que para muchos
padres y madres puede resultar más agobiante y doloroso que cuando nuestro hijo
llegó al mundo; pero que puede ser tan satisfactorio como el primero.
El reto más importante en este proceso es lograr definir la identidad y alcanzar la
autonomía. Antes de este momento, los niños eran como una especie de anexo de
sus padres. Sin embargo, al llegar a la adolescencia, no saben qué quieren ser y
hacer. Lo único que tienen claro es que no quieren seguir siendo una prolongación
de sus padres, ni parecerse a ellos.
En este proceso de la vida, Efraín se empeña en hacer o decir todo lo contrario a
lo que dicen sus adultos significativos. Su meta no es tanto llevar la contraria, sino
sentir que es diferente. Quiere demostrar que tiene una identidad propia que lo
diferencia del adulto.
En este momento de desarrollo, para Efraín el espejo se torna importante porque
es el que les devuelve si es o no lo suficientemente atractivo, puede pasar horas
arreglándose, cambiándose de ropa porque está centrado en sí mismo. Pero
también puede suceder que trate de pasar inadvertido, sin llamar la atención,
aunque sabe que se destaca por sus rápidos y múltiples cambios. Todo el entorno se lo hace sentir: “Muchacho, como has crecido”, “como has cambiado”, “como te
pareces a tu papá”, “increíble cómo te cambió”, “hasta cuándo vas a crecer”.
Sus dinamos internos, o sea las hormonas, que circulan por todos los rincones de
su cuerpo, lo pueden tornar sensible, tenso, ansioso, irritable. En momentos se ve
feliz y en un instante se pone furioso, luego llora y no saben por qué.
Para Efraín lo más importante es ser aceptado por sus amigos o por las personas
de su edad. Por eso se visten, hablan y comparten los mismos gustos. Necesitan
ser aprobados y sentirse parte del grupo. Sus padres dejan de ser los héroes, los
ven como anticuados y desactualizados. Ya no son el centro de su vida porque
sus amigos asuman el rol protagónico.
Puede pasar que en la adolescencia bajen drásticamente el rendimiento
académico porque sus tensiones internas y la necesidad de responder a sus
demandas emocionales pueden influenciar en que pierdan interés en el mundo
exterior.
Es la etapa en la que comienzan a tener sus propias posturas filosóficas e
ideológicas que ponen en tela de juicio lo que piensan y creen su familia. Se
confiesan ateos a pesar de que sus padres sean creyentes.
Lo cierto es que quienes hasta hace poco Efraín era un niño alegre, comunicativo,
obediente, de manera súbita se convirtió en unos adolescentes herméticos
desafiantes.
Los límites en la adolescencia
Para los padres de Efraín en los primeros años la puesta en práctica de los límites
no se tornó tan complicada como cuando se inició la adolescencia. Fue el
momento en que comenzó a cuestionar y rechazar las normas, pidiendo
argumentos y dando razones cuando está en desacuerdo con las exigencias que
pueda recibir del entorno escolar y familiar.
Esta capacidad de cuestionarlo todo muchas veces desesperó a los adultos,
porque no sabían cómo establecer acuerdos sin que se desdibuje la autoridad que
debían desempeñar de acuerdo a su rol.
Lo primero que tendría que tendrían que tener claro los padres de Efraín es ¿qué
entienden por poner límites? Si los conciben como la capacidad de pactar para
relacionarse, garantizando el bien personal y social, exigiendo acuerdos para
alcanzar los objetivos deseados en la convivencia, asumiendo y transformando las
dificultades que el convivir plantea.
Para Efraín los límites deben ser las señales de tránsito que le permitan gozar de
derechos respetando los derechos de los demás.
Este enfoque busca que en su proceso de formación y participación aprenda el
autocontrol, autonomía, responsabilidad y la confianza para convivir exigiendo el
respeto de sus derechos y respetando los de los demás como un ciudadano
empático, compasivo y responsable que asume las consecuencias personales y
grupales de cada una de sus acciones.
Hasta la próxima resonancia.
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