Por Fernando Pereira
“Este año parece que no fuera navidad”, “Fuimos al centro comercial y se siente un aire navideño”. La referencia de cada quien depende del contexto donde se mueva y de sus referentes sobre esta época del año.
En nuestra niñez las casas, calles, plazas solían llenarse de colores y luces para crear un ambiente diferente, que evocara paz, alegría, esperanza. La situación actual del país hizo que los ambientes se muestren austeros, con menos luces y accesorios navideños.
También se ha perdido la magia de echarle una pinturita a la vivienda para `ponerla bien bonita´, así como se han limitado las posibilidades de los regalos, estrenos y degustar muchos de los dulces y aperitivos propios de fin de año.
¿Pero es ese el verdadero espíritu de estas festividades? La áspera situación ha desnudado una tradición engullida por el consumismo y los excesos. El espíritu de la Navidad tiene mucho más que ver con la angustia de la familia de los niños desparecidos en El Tigre y el dolor por la muerte por deshidratación del más pequeño. O con el caso de la madre en los Altos Mirandinos que explotaba sexualmente a sus tres hijas, para pagar su tratamiento del cáncer de útero que padece.
Darle sentido a la Navidad que tiene que ver con recuperar el significado de la festividad relacionado con una humilde pareja, que no tiene las condiciones mínimas para dar a luz a su pequeño. La persecución, el miedo, la incertidumbre, el frío, el hambre caracterizaron el momento.
Los tiempos que vivimos facilitan, sin proponérselo, que apelemos al sentido original de la festividad. Las navidades caen en diciembre, momento que se presta para inventariar lo bueno y lo malo que nos pasó durante el año. Puede ser que nos tocó perder o despedir a un ser querido por la pandemia, nos sorprendió el diagnóstico de una enfermedad, hubo un divorcio o la separación fruto de la migración forzada de nuestra familia.
Con esos sentimientos nos toca vivir este momento en el que pareciera que solo con la alegría es posible celebrar. Nos toca preguntarnos: ¿Qué tipo de alegría? Quizás es esa que se siente cuando honramos y agradecemos a quienes ya no están físicamente. Es esa conexión la que hace que no nos sintamos solos en las adversidades. Ese descubrir nuestras fortalezas. El encontrar las luces internas cuando las externas parecen invisibles. Esa que debió sentir la familia cuando los tres niños de El Tigre volvieron a casa.
Es un tiempo para cultivar en nuestros hijos la empatía, de entender que en estos tiempos hay personas que están enfermas, hospitalizadas, que no tienen hogar o desesperadas. Tiempo para promover el encuentro, visitar a un familiar que no vemos hace tiempo o llevarle un detalle a una vecina adulta mayor, cuya familia está fuera del país.
Resignificar el momento para entender que el número y el precio de los regalos no determinar el amor que sentimos por ellos. Un espacio para aprender a celebrar el valor de la familia, de la presencia de los seres amados, de recibir un abrazo y un beso. Tiempo de pedir perdón y reconciliarse con ese familiar, vecino o compañero de clases del que nos distanciamos.
Ese es el Espíritu Navideño que tenemos que añorar y recuperar. El que nos hace mejores personas y nos ayuda a entender que el más preciado pesebre está ubicado en nuestro interior.
Se trata de darle contenido trascendente al amor, la paz y la justicia para que la Buena Nueva llegue a nuestras vidas y la podamos celebrar todos los días del año. Decimos celebrar y no festejar, porque es hacer la fiesta en el corazón.
Efecto Cocuyo
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