Por Fernando Pereira | @cecodap | @fernanpereirav

La periodista Mildred Manrique comunicó recientemente el fallecimiento de su primita, Mariana, de 14 años por la práctica del “juego de asfixia”, por un grupo de retos en redes sociales. El suceso ocurrió en Caracas.

Ante tan dolorosa noticia lo primero es expresar nuestros sentimientos a todos los familiares y allegados. Su dolor nos alerta ante quienes ponen en duda la ocurrencia de estos casos.

Retar la muerte

El caso de Mariana nos hace retomar estas prácticas de estrangulamiento, que realiza el niño o adolescente utilizando una cuerda o prenda de vestir que impide la respiración, por lo que el oxígeno no llega al cerebro y se produce el desmayo. También es practicado grupalmente y es un compañero quien aplica una llave para impedir la respiración. De ahí viene el nombre de blackout, choking game o juego de la asfixia, entre otras denominaciones, dado que se ha practicado en diferentes países.

¿Por qué lo realizan?

Los principales aliados de estos juegos son la curiosidad, estar a la moda o actualizados, el aburrimiento, la soledad y los vacíos afectivos. El impacto social y emocional de la pandemia obliga a estar especialmente atentos. Los muchachos buscan en las redes sociales oportunidades para descubrir y poner en práctica esos “juegos”. Existen tutoriales que enseñan las técnicas y estrategias más efectivas para lograr los resultados esperados, aunque lo que se ponga en vilo es la vida y la integridad personal. 

Sabemos que la adolescencia es un período caracterizado por retar al adulto, a las normas, a los centros educativos, y mostrar el logro también es parte del reto.

Por otra parte, es propio de la adolescencia pensar que lo malo “les sucede a otros y no a mí”, también es cierto que no todos los adolescentes se someten a ese tipo de prácticas. Juega un papel muy importante aquellos que se dejan llevar por la presión del grupo, que no pueden decir que no, quienes tienen un perfil de transgredir la norma, de “caminar sobre el filo de la cornisa”.

¿Qué hacer?

Hablar del tema: En nuestro más reciente libro De lo que no se habla, Óscar Misle y este servidor abordamos este y otros temas. No estamos de acuerdo con quienes piensan que es mejor no hablar sobre este tipo de “juegos”, alegando es una forma de “darle ideas a los muchachos” y difundirlos. Es necesario hablar con los hijos y estudiantes para que entiendan los peligros de este tipo de prácticas. Las familias pueden ver el video o comentar la noticia junto a los niños y adolescentes, para reflexionar y orientar.

Es clave la comunicación porque hay centros educativos o aulas donde se realizan los retos, a través de grupos de WhatsApp, a lo interno de esa comunidad. El que no se difunda por las redes sociales no da garantía de que los muchachos no estén realizando retos que los pueden afectar.

No convertirnos en difusores de los videos. No es cuestión de alarmarse y hacerse reproductor automático de los videos que se hicieron virales, sino tener claro qué haremos con ese contenido. 

Ponen a la vista y dominio de muchos lo que en privado pasa en las escuelas y familias. Las tecnologías posibilitan captar en video escenas que son colgadas y se hacen virales. Se sobreexponen imágenes de los estudiantes involucrados que pueden convertirlos en víctimas de bullying y otras formas de violencia. 

El aumento de estos retos a la muerte requiere un abordaje formativo oportuno y responsable por parte de las comunidades educativas, con participación de las familias y los estudiantes. No hay que esperar que suceda una desgracia para reaccionar.

Ese tipo de prácticas violentas no pueden ser consideradas juegos. Son acciones que ponen en riesgo la integridad física y la vida. La educación emocional es clave. Debe iniciarse desde el preescolar para que el niño vaya adquiriendo habilidades emocionales para promover y poner en práctica el respeto al otro, la empatía, la compasión, el fortalecimiento de su autoconcepto. De lo que se trata es formar adolescentes más conscientes de sus estados emocionales, que puedan decir “NO” frente a las presiones grupales, especialmente a aquellos retos o practicas violentas que pongan en peligro la integridad física, la vida personal y la de otros.

Efecto Cocuyo

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