Ser la maestra del barrio era un rol que Valeria Torres, una venezolana de 16 años, no esperaba desempeñar, pero que le tocó cuando comenzó a correrse la voz.

Primero acudió a ella un primo, luego otro… y le siguieron los vecinos, cuya educación quedó a la deriva a causa del confinamiento por la pandemia de covid-19 y el cierre de escuelas.

Así que Torres improvisó una especie de salón de clases en su casa de Maracay, una ciudad del centro de Venezuela, y ubicó la mesa de comer justo hacia el umbral de la puerta principal, el único rincón al que entra luz natural.

Allí la encuentra sentada BBC Mundo, entre libros y cuadernos apilados, preparada para recibir a su próximo alumno.

Valeria Torres
Pie de foto,Valeria dice que es una estudiante aplicada, pero nunca imaginó que le tocaría volverse la maestra de su barrio.

“Mis primos no entendían (sus tareas) y necesitaban ayuda. Como estaba a mi alcance ayudarlos, yo los ayudaba, y luego fueron llegando más niños que no eran mi familia”, cuenta mientras va atendiendo una larga lista de deberes que tiene que entregar en pocos días.Saltar Quizás también te interese y continuar leyendoQuizás también te interese

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Hubo un momento en el que llegaron a ser 10 alumnos en esa misma sala, también compañeros de su escuela.

No es poco para esta pequeña casa de bloques y de techo de zinc del barrio La Pedrera, donde Valeria vive con su mamá, su hermano y cinco personas más.

En diciembre, por ejemplo, “eran tantos y tantas cosas por hacer, además mis tareas, que sentía que ya no podía. Pero tenía que hacerlo”, dice la joven.

Así que en enero comenzó a atender a cada niño por separado.

Valeria Torres con uno de sus alumnos
Pie de foto,Los alumos de Valeria tienen entre cuatro y 16 años.

“A todos juntos no los puedo atender, así que primero le pregunto a cada uno la fecha de entrega de sus tareas, y los que tengan que entregar más rápido los atiendo primero. Trato de ayudar un niño por día, para ahorrar tiempo también para mí y hacer mis actividades”, explica.

En casa nada parece desconcentrarla: ni el cantar de un gallo que llega desde el patio de tierra, ni el corretear de otros niños ni el movimiento en la cocina, donde su madre prepara unos frijoles. Valeria permanece con la mirada fija en el cuaderno, a través de sus gafas de montura gruesa negra.

La joven apoya a alumnos de entre 4 y 16 años que, como ella, tienen casi un año sin ir a la escuela y sufren la deficiente educación a distancia.

Lo hace mientras se reanudan las clases presenciales, algo que, según anunció el presidente Nicolás Maduro, tendrá lugar el próximo mes, cuando se cumple un año del cierre de escuelas.

En marzo vamos arrancar las clases presenciales, parciales, con bioseguridad a nivel de todo el sistema educativo venezolano”, dijo el mandatario el viernes, durante una actividad en el palacio de gobierno que fue transmitida por la televisión estatal.

“Vamos controlando la pandemia y con medidas de bioseguridad y la llegada de las vacunas vamos paso a paso”, agregó, haciendo referencia a las 100.000 dosis de la rusa Sputnik V que estaban a punto de arribar al país.

Efectivamente, ese lote inicial del total de 10 millones de unidades acordados con Moscú llegaron el sábado y serán aplicados en primera instancia a personal médico y personas vulnerables, y a maestros después.

Educación online y clases pregrabadas

El cierre de las escuelas fue decretado en marzo de 2020 a raíz de la pandemia, que ha dejado poco más de 130.000 casos positivos y 1.233 fallecidos, según cifras oficiales cuestionadas por oenegés.

Como en otros países, las autoridades venezolanas optaron por la enseñanza por internet y por ofrecer clases pregrabadas por el canal de televisión del Estado.

Valeria Torres con una alumna.
Pie de foto,Maduro anunció que se retomarán las clases presenciales en marzo.

“Educación a distancia, sin ninguna duda es lo mejor”, dijo el presidente Nicolás Maduro en septiembre. “Cada familia, una escuela, no se preocupen, vamos a mantener los servicios educativos del país vía online y con teleclases“.

“A esa educación a distancia le incluimos todo, absolutamente todo, todas las plataformas comunicacionales, digitales, televisivas, de radio, las redes sociales, la página web (…) y fuimos adquiriendo experiencia porque nosotros no estábamos preparados para teleclase ni para la televisión educativa, y hemos ido avanzando”, amplió en enero el ministro de Educación Aristóbulo Istúriz, durante una entrevista en el canal del gobierno.

Sin embargo, esas alternativas han sido fuertemente criticadas durante estos meses desde varios sectores, ya sea por lo paupérrimo del servicio de internet en Venezuela como por el contenido de las clases.

“Entre el 80 y el 90% de los alumnos está afectado por un sistema donde no aprende nada, porque no existe una plataforma que funcione para ello”, le dijo a BBC Mundo Orlando Alzuru, presidente de la Federación Venezolana de Maestros.

El sistema educativo venezolano, en el que están matriculados unos 7.100.000 estudiantes según cifras del Instituto Nacional de Estadística, ya estaba golpeado antes de la pandemia por la profunda crisis económica de los últimos años.

La educación a distancia no es apta para el sistema venezolano, es una estafa muy grande a la nación”, agregó Alzuru tras recordar las constantes fallas eléctricas, de internet y la poca capacidad adquisitiva de maestros y familias para comprar aparatos tecnológicos.

BBC Mundo se puso en contacto con las autoridades de Educación venezolanas para que valoraran la educación a distancia ofrecida durante este año, pero no obtuvo respuesta.

Un celular y un dólar

Para Valeria y sus alumnos, las lecciones online no son una opción: no tienen internet fijo en casa. Y tampoco lo son las lecciones televisadas.

La maestra improvisada asegura que siempre fue buena alumna y que es muy disciplinada.

Prueba de ello es la hoja tamaño carta que fijó en su refrigerador con unos magnetos en formas de las letras y en las que se lee una lista de todas las tareas que tiene que entregar en los próximos días. De 10, ya adelantó cuatro.

“No tengo mucho tiempo libre”, reconoce. Y es que su jornada la divide entre sus propias responsabilidades y el compromiso adquirido con sus estudiantes. “Pero cuando lo tengo, lo tomo para ver a mis amigos o dormir”.

El celular de Valeria Torres.
Pie de foto,Con el dinero que aportan algunos de sus alumnos Valeria paga el internet de su celular y procura no desperdiciar megas.

La tarde de sábado que BBC Mundo está en su casa la visita una de ellas, Valery Castañeda, de 13 años.

No es un día con mucha carga de trabajo, así que las dos amigas aprovechan para ponerse al día.

“Aquí venimos a hacer las tareas”, explica Valery, quien cursa séptimo grado (primero de secundaria) y dice que desde el cierre de las escuelas no ha recibido ni una lección, ni una explicación. “Nada”.

“Mi maestra no me da clases, solo me envía la tarea por WhatsApp”, prosigue la joven, quien tampoco tiene internet en casa y con lo poco que su mamá puede ayudarla, acude a Valeria para no perder el año.

Valeria se ayuda con un teléfono celular: lo recarga con un dólar —el equivalente a un salario mensual oficial— cada dos días, que trata de rendir al máximo navegando solo para investigar temas relacionados con sus tareas y las de sus estudiantes.

Valeria Torres con una alumna.
Pie de foto,Valeria dice que, al finalizar la secundaria, estudiará para abogada, no para maestra.

“No me alcanza para investigar todo lo mío ni lo de las personas que ayudo, es muy difícil”, afirma, y al terminar de hacerlo desconecta el aparato de la red móvil para no consumir tantos megas.

“Los padres de los compañeritos, a pesar de la pandemia y el alto costo de la vida, a veces la ayudan con lo que pueden y le dan dinero que le sirve para su internet”, explica su madre, Laura Guzmán, una peluquera a domicilio que no cuenta con salario fijo.

Valeria aclara que no comenzó a dar clases esperando algún tipo de remuneración, aunque reconoce que ese dinero a veces le sirve para ayudar en casa.

“A veces quiero comer algo y no hay o no alcanza para todos, porque somos muchos. No puedo ser egoísta y le digo a mi mamá que lo agarre para comprar”.

Los temores de Valeria

No es la única que aporta a la familia. Su hermana mayor, Valentina, se fue a Chile y desde allí le envía a su madre los US$30 de renta de la casita en La Pedrera.

— ¿Te gustaría irte del país como ella?

“Me daría un poco de miedo”, confiesa.

También tiene otro temor: “Que cuando entre a la universidad no tenga nada de conocimientos” por el parón de aprendizaje durante la pandemia.

Por eso no baja la guardia, algo que aprendió de su mamá, la persona que asegura más admira.

“Aunque no sepa hacer algo, lo intenta y lo logra”, dice sobre ella, quien también ha tenido que desempolvar lo aprendido hace décadas para echar una mano a su hija.

Mientras, Valeria espera con ansias el regreso a clases presenciales, y ya tiene plan para cuando termine la secundaria: estudiará abogacía.

— ¿Y para maestra?

El no es tajante.

“No, no me gusta”, asegura con una sonrisa. “No tengo paciencia para los niños”.

BBC

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