Por Fernando Pereira | @cecodap | @fernanpereirav
El derecho a ser oído, expresarse, ser tomada en cuenta su opinión, participar fueron los que más dilataron la discusión y aprobación de la Convención de los Derechos del Niño, tratado de derechos humanos que recién arribó a sus 31 años. Los tiempos de pandemia han evidenciado que esos temores y la cultura que la sustentan están plenamente vigente.
“La pandemia, la cuarentena y el abordaje del COVID-19 privilegiaron una mirada biologicista y centrada en el virus que prácticamente anuló toda otra mirada más holística y comprensiva de la complejidad del ser humano, más en situaciones de excepcionalidad y enorme incertidumbre como la vivida”.
Esa es una de las conclusiones del informe Percepciones y Sentimientos de Niños Argentinos frente a la Cuarentena COVID-19, elaborado por la Sociedad Argentina de Pediatría, 2020. Responde a un estudio realizado a cerca de 5 mil niños y adolescentes (6 a 18 años) en diferentes regiones del país austral.
Resulta muy interesante porque muestra muchas similitudes con la realidad que vemos en nuestro país. Los niños y adolescentes han sido fuertemente afectados por la crisis vivida; incluso más que la mayoría de las personas adultas pero no se les escucha sobre lo que piensan de lo que pasa, cómo les afecta en su vida cotidiana y estado emocional. La percepción es que todos toman decisiones que les afectan en lo público, escuela, familiar sin considerar cómo les afecta ni se preocupan por chequear qué piensan o cómo se sienten.
Los niños, al contrario de lo que se piensa, están muy informados sobre la pandemia y los efectos causados, las medidas de sanitarias requeridas para el control del virus y las normas de bioseguridad requeridas.
En el caso de los adolescentes, como es natural, son críticos con el comportamiento de los adultos. Perciben como injusto que no puedan disfrutar de su libertad, cuando no implica riesgo para otros, mientras que muchos adultos no cumplen con las medidas de protección básicas.
La educación a distancia, constituye un capítulo en el que tienen mucho que decir.
“Las clases online, si bien han pretendido brindar cierto aire de normalidad, rutina y continuidad a la educación, no han sido bien recibidas -en general- por los chicos. Sienten que hay una alta demanda en una situación extraordinaria y que los tienen abrumados, perciben que la enseñanza pierde calidad y contenidos, que es socialmente injusta y -además- ha absorbido un “instrumento” de diversión y esparcimiento (conectividad online a distintos dispositivos) transformándolo en parte de sus “obligaciones”.
Los nativos digitales reivindican el uso de las pantallas como parte esencial de la vida; pero no colonizadas por las asignaciones escolares de los adultos. Ha servido la pandemia igualmente para reivindicar la importancia del contacto personal con sus pares. La conectividad no sustituye los vínculos y afectos.
Los abuelos se destacan como figuras claves en la provisión de seguridad, cariño, consentimiento. Hecho que toma más relevancia en Venezuela donde sabemos que miles de abuelos han asumido la crianza directa de los nietos ante la migración de los hijos.
Las mascotas se reivindican como parte esencial de las familias, brindan cariño, garantizan juegos y distracción, forman en la responsabilidad y cuidado.
Los esfuerzos desarrollados por las familias y docentes para garantizar la “normalidad” y contención son reconocidos por los chicos. Algunos han desarrollados espacios protegidos con el juego y los recursos creativos como aliados; sin embargo, la agresión, tensión y violencia se han hecho parte del confinamiento en miles de hogares.
Los cambios en los estados de ánimo se vieron expresados en tristeza, angustia, ansiedad, insomnio, irritabilidad, como respuesta natural ante el nuevo ecosistema social. La Sociedad Argentina de Pediatría recomienda tener en cuenta este sufrimiento para las nuevas etapas y las revinculaciones sociales y escolares.
Es imprescindible que los adultos -en especial sus figuras de confianza- tengan capacidad para escuchar sin prejuicios ni condicionamientos y funcionar como “amplificadores” de la voz de niños, niñas y adolescentes.
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