Por Fernando Pereira | @cecodap | @fernanpereirav
Vacaciones escolares mientras el país, mejor dicho, el mundo, sigue impactado por la cuarentena. Tener a los niños en la casa, después de cuatro meses sin ir a la escuela de manera presencial, se vuelve un verdadero dolor de cabeza para las familias.
La falta de alternativas para la recreación puede hacer que nuestros hijos queden atrapados por las pantallas del televisor, computadoras, video juegos, intoxicándose de contenidos violentos o sexuales no aptos para su edad. A veces, las familias sienten un alivio al ver que sus hijos e hijas se “quedan tranquilos” cuando no se despegan de las seductoras pantallas y olvidamos que lo que ven, escuchan y comparten puede confundirlos, alterarlos o llenarlos de tensión.
Esta no es la realidad de todas las familias. Incluso, podemos decir que la mayoría, en el caso de nuestro país, no cuenta con una conexión a Internet que les permita a los muchachos siquiera conectarse. Se puede hacer presente la sensación de “no tener nada que hacer”. No poder disfrutar como lo hacen otros compañeros, vecinos o integrantes de la familia, puede generar tensiones, mal humor. Emociones que hay que identificar para que no afecten la convivencia familiar.
Paradójicamente, muchas horas más de convivencia con nuestros seres queridos y allegados pueden llevarnos a conflictos que dificultan las relaciones. La intolerancia a las diversas formas de ser y de actuar de los miembros de las familias puede hacer que se pierda la paciencia, que los gritos y agresiones físicas se hagan presentes.
Lo cierto es que estas vacaciones durante la cuarentena pueden alterar el equilibrio emocional por el reto de tener más tiempo para estar juntos. De modo que los conflictos, en unas vacaciones confinadas, tienen 24 horas para manifestarse.
Los conflictos solo se pueden prevenir si logramos reconocer los factores que los generan. De esa manera es que se pueden implementar medidas que den paso al autocontrol cuando las diferencias o contradicciones se hagan presentes.
En estas vacaciones, más que nunca, es necesario negociar partiendo de lo cotidiano. Negociar no es imponerse, es comunicarse. Es intercambiar opiniones y hacer propuestas lo más democráticamente posible. Ciertamente, no es fácil; cuesta complacer al otro porque podemos caer en la tentación de querer tener siempre la razón. Sin embargo, este paso es necesario si queremos enseñarles con el ejemplo a nuestros hijos a resolver los conflictos sin violencia.
Las realidades son distintas y los gustos y posibilidades de las familias también. Cada familia tiene que hacer un recuento de los recursos disponibles en su entorno y apelar a muchas de las estrategias utilizadas durante estos meses.
Construir una programación donde se pueda equilibrar los tiempos para dormir, descansar, aseo e higiene y las comidas. Generar espacios para recrearse tratando de combinar dinámicas que posibiliten la actividad física (rutinas de gimnasia, ejercicios, baile); las sedentarias (artísticas, dibujo, pintura, manualidades, tocar cantar, tocar un instrumento musical); y las que se realizan frente a las pantallas en cualquiera de sus modalidades (computadores, tabletas, teléfonos).
También hay espacios que podemos disfrutar en familia: un juego de mesa, ver una película juntos, cantar, realizar tareas del hogar, redecorar un espacio, acampar en el balcón o en alguna parte de la casa.
Debemos evitar la tentación de tomar las vacaciones para continuar con las actividades escolares: repasos, tareas con la idea de que los muchachos ser pongan al día. Las vacaciones, aunque sea en cuarentena, deben ser un espacio para cortar y darle paso a la salud mental.
Otra idea errónea puede ser copar el cien por ciento del tiempo de los niños para que no tengan en qué pensar. Las vacaciones deben dar un espacio a disfrutar el no tener responsabilidades, dejando un umbral para que se active la chispa y creatividad de los niños cuando se sienten aburridos y sin nada qué hacer.
Estamos ante un reto nada fácil: que las vacaciones en cuarentena no se sientan como unas vacaciones enjauladas.
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Efecto Cocuyo
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