La cuarentena necesaria para contener la propagación de la COVID-19 afecta de forma desproporcionada a los estratos sociales más bajos y a los grupos ya vulnerables. Los niños, niñas y adolescentes pertenecen a ese grupo, especialmente por la ruptura de la rutina, la dinámica familiar que se llevaba antes de la pandemia, el colapso de los servicios públicos, y la crisis económica.
Especialistas como Carlos Trapani, coordinador general de Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap), sostienen que “la infancia ha sido la gran invisibilizada durante la cuarentena”. “Para los niños representa un cambio brusco, en el que cesaron sus actividades escolares, deportivas, extracurriculares, su contacto con los amigos. En tanto el adulto tenga ansiedad, preocupación y procese su cuarentena de una forma también lo procesará el niño”, puntualizó.
En un panorama en el que las familias no tienen acceso completo a servicios básicos como alimentación balanceada, agua potable, higiene, saneamiento y recreación, el confinamiento puede exacerbar episodios de ansiedad, tristeza y pánico, situaciones potencialmente peligrosas para los niños, su proceso de aprendizaje a distancia y salud emocional y psicológica.
Milton González tiene 12 años, estudia segundo grado en el colegio Don Bosco, en Puerto Ordaz y vive en Toro Muerto. Lo que más extraña para esta sexta semana de cuarentena en el país, es ir a la escuela. “Él ama estar en su salón, el bochinche y el ruido. A él no le perturba estar con los compañeros”, dijo su madre, Nitzia Hernández.
Artículo completo publicado en Correo del Caroní.
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